
Hasta allí nada diferente a otras cintas del mismo estilo, pero la presencia de Jennifer Lopez, y su capacidad para ingresar en los sueños de otras personas, le permitieron a Singh crear toda una parafernalia onírica y lúdica que sin duda era lo mejor: hay escenas realmente cautivantes; no por que se ajusten al término bello como tal –algunas pueden considerarse grotescas o cercanas al cine de terror–, sino por regalarnos esas imágenes –y su efecto sobre nosotros– que solo existen en nuestros sueños o quizás en un cuadro de Dalí. Pues bien, The Cell pasó sin pena ni gloria hasta que apareció 300 (2006) y no pudimos sino recordar aquel estilo de colores pasteles y acción detenida que habíamos visto ya con Singh.
El tiempo siguió su marcha y con el paso de los años se consolidó la actual moda por las películas épicas, los héroes casi divinos y las nuevas versiones de clásicos como Clash of the Titans (2010) y, al parecer, Hollywood se puso a buscar algún director que encajara en un estilo visual que calme las ansias de un público, sobre todo joven, ávido por lo espectacular y lo grandioso. Así llega Immortals (2011) a cargo de… Tarsem Singh. La historia de un héroe griego, Teseo, en una versión bastante libre pero que trata, a pesar de sus muy claras limitaciones –el guión es bastante simple–, de guardar cierta compostura.

La película tiene un desarrollo más bien lento (para los gustos actuales) y la escenografía –dura y gris como el territorio que recorren los personajes de la historia– puede llevar a lo monótono. Por el ritmo y el tratamiento de los personajes nos remite a Clash of the Titan (1981), la original, y en cierta manera nos parece más cercana a aquella que la versión del 2010.
Lo mejor en esta película son los dioses: a pesar de su imagen casi adolescente, tienen una estética interesante y realmente gozan de un poder infinito; casi uno lamenta que salgan tan poco y que el film no se hubiese centrado en ellos. Un final efectista y que hace suponer una secuela terminan de componer una película que se deja ver –sin ser muy exigente– y que entretiene.
De regreso con Singh, es claro que su estilo le ha permitido volver a la palestra y, si tiene suerte, tal vez pueda hallar un film donde su capacidad imaginativa vaya a la par de una buena historia. Digamos que si Troy (2004) hubiese caído en sus manos, habríamos tenido, en lugar de un drama con un Brad Pitt llorón y mimado, una película mucho más cercana a La Iliada de Homero y los dioses, efectivamente, habrían hecho temblar la tierra. Tal como los soñamos.
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